Como
planteo en la publicación de referencia de este blog (Gastronomía para aprender a ser
feliz), existirían tres vértices de la relación entre felicidad y
gastronomía, o lo que es lo mismo, podríamos definir tres actos de GASTROFELICIDAD:
1) Comer, como una experiencia placentera y como un acto
amoroso con uno mismo, en la que primaría una dimensión de tipo individual. Ser feliz uno mismo a través de la comida.
2) Comer juntos, como la vivencia
colectiva del placer de alimentarse juntos y del sentimiento amoroso de
fraternidad y solidaridad que ello supone, donde lo que resalta es la vertiente
interpersonal. Ser feliz con los demás en
torno a una mesa.
3) Dar de comer, entendido como un acto
de amor a través del cual promueves la felicidad del otro y la propia a través
del compromiso emocional con la cocina, en el que sobresale la dimensión más trascendente
del hecho gastronómico. Ser feliz
haciendo felices a los demás alimentándolos.
Centrándonos
en este último vértice, ¡qué sentimiento puede ser más positivo que el amor! Claro
que sí, la invitación del Dalai Lama, a amar y cocinar con absoluto derroche,
expresa la íntima relación entre la felicidad y dar de comer.
Porque
no hay nada más sagrado que dar amor como indica Ortemberg (2009, 32) “Como cocineros, como comensales, damos y
recibimos, como en un acto de amor verdadero” Si comer, como defendía
Simmel, es el acto más egoísta que hay, ya que propiamente hablando nadie puede
compartir la misma comida, “dar de comer” es el más altruista.
En
síntesis, como señala la chef Carmen Ruscalleda “cocinar es como abrazar a alguien, crea felicidad”, y con ello nos
recuerda que cuando cocinamos promovemos felicidad, no sólo porque comer es un
acto gratificante en sí mismo, sino también porque según el compromiso
emocional que se ponga en el acto de cocinar, éste se transmite a los
alimentos.
http://www.huffingtonpost.com/entry/baking-for-others-psychology_us_58dd0b85e4b0e6ac7092aaf8#
Como conclusión añadida reflexionemos sobre lo siguiente. Imaginemos
el bienestar que generan los alimentos que cocinamos, y asumamos que los efectos
de esos platos dependen de cómo nos sentimos mientras los preparamos. No es lo
mismo cocinar con amor y serenidad, que hacerlo cuando estamos estresados,
pensando en problemas, con sentimientos desadaptativos. Pensemos cómo queremos
alimentar a las personas que nos importan (nuestros hijos, nuestros familiares,
nuestros amigos/as) y los efectos que queremos producir sobre ellos y, a partir
de ahí, pongámonos en la mejor actitud para ofrecer bienestar a través de los
alimentos que cocinamos.
El
acto de limpieza previa y durante el proceso de elaboración de la comida que
realizamos cuando nos lavamos las manos no sólo tiene un sentido higiénico sino
que representa simbólicamente la motivación que todo cocinero debe practicar
despojándose de aquellos elementos emocionales tóxicos que contaminarían
afectivamente el plato que está elaborando.
Mi experiencia sobre la cocina socioafectiva ha sido de lo más agradable, me ha gustado mucho la introducción que el profesor le ha hecho a la sesión, he comprendido que no se puede comer con ansia, hay que educar al cuerpo para que el alma también pueda gozar del hábito de comer. Durante la preparación del montadito he podido comprobar el amor y la delicadeza con la que lo estaba elaborando, pues la persona a la que se lo iba a regalar es merecedora de tal dedicación y más.
ResponderEliminarMe ha gustado poder ver los montaditos de los demás compañeros y la variedad de ingredientes con los que prepararon su alimento, pero comérmelo ha sido lo mejor de toda la sesión.
Maria Camila Cardona Álvarez.